La primera referencia histórica del bonsái data del año
1309, en un pergamino de Takane
Takashina, llamado Kasuga- gongengenki, que es una pintura de un
arbolito en una maceta. Aunque también se habla de un monje budista, Honen
Shonin, que vivió entre 1113 y 1212, quien era entusiasta del bonsái y que
aparece en algunos pergaminos mostrando su colección.
Hay autores que se refieren a un altar budista del siglo XIV
en el cual encontraron motivos de decoración relativos al bonsái, el cual era
considerado como algo digno; a la naturaleza que, tanto en el budismo como en
el sintoísmo, era tomada como un objeto de reverencia.
Pero además hay testimonios más antiguos, los que fueron descubiertos
por arqueólogos en 1971, en la provincia china de Shansi, en la tumba del
príncipe Zhang Huai, quien murió en el año 705 d.C. y que pertenecía a la
dinastía Tang.
Para conocer y entender el espíritu del bonsái, esta palabra
debe separarse en bon- que significa bandeja o maceta, sai árbol o planta pero
la traducción literal no alcanza para definir su espíritu. Podríamos decir que
un bonsái es un árbol o un arbusto en miniatura, la forma estilizada de un
árbol silvestre, una planta que soportó los embates del viento y las lluvias.
Creció entre las rocas y fue adaptada sus raíces en búsquedas de los nutrientes que
necesita para sobrevivir. Para quienes
desconocen el arte del bonsái, los preconceptos
están a la orden del día, algunos creen que es un árbol mutilado y
hambriento, mientras otros piensan que es el fruto de extrañas manipulaciones genéticas,
pero por suerte son muchos más los hombres que ven en el bonsái una verdadera
obra de arte.
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